Un latido extra
Ojos que ven corazón que siente
Fragmento del Paraíso
Amenaza
Amenazó con mandarme a pintar monas. Aproveché la ocasión y le tomé la palabra, pero me decanté por el género masculino de la especie y ahora pinto monos con el cuello adornado por un búmeran.
La culpa
Investigación
En todas las familias extensas hay algunos garbanzos negros. Pero en la suya se sospecha que solo hay uno blanco y hay que averiguar quién es.
Cese y dimisiones
Volver
Despuntaba el sol cuando aparecieron por encima de la Torre de Zaga dos misiles compitiendo por ganar un pedazo de infierno más. Escuché gritar a alguien cuerpo a tierra, obedecí sin pensar. Cerré los ojos, apreté los dientes y anhelé con todas mis fuerzas volver a la cueva, ahuyentar con fuego a las fieras y pintar bisontes.
El viejo mago de la calle Goles
Usted no me creerá porque me ve como me ve, no solo viejo, sino vencido y derrotado, que es la peor vejez que puede existir, pero yo le juro que, durante los años ochenta, fui el mejor mago de España. Sí, aquí donde me ve, que no tengo hoy donde caerme muerto. Puede venir conmigo a mi casa; bueno, a la habitación donde vivo, aquí, a la vuelta de la esquina, en la calle Goles, porque ya no tengo ni casa, que la mía me la embargó el banco; así se porta este país con los viejos y fracasados como yo.
Échese un trago amigo, que hoy invito yo.
Como le iba diciendo, era un buen mago. Trabajé en el Circo Mundial, en el Gran Circo Ruso, en el Teatro de la Magia. Guardo todos los recortes de periódicos de aquella época, las fotos y todos los reportajes donde se alababa mi destreza. Pero de la noche a la mañana dejaron de contratarme. Mis números se estaban quedando anticuados; eso fue lo que me dijeron. Aunque creo que la razón fue otra: los niños ya no se sorprendían cuando veían a un conejo salir de la chistera, a una paloma aparecer entre un pañuelo o a la pobre Verónica escapar indemne de los siete cuchillos que atravesaba el cajón. Pobre muchacha; está peor que yo: muerta y enterrada; tuvo un accidente ¿sabe usted? Aunque tal vez sea mejor morir así, que sufrir esta humillación.
Lo que pasó, en realidad, no es que mis trucos estuvieran pasados de moda o que yo hubiera perdido facultades, es que los niños dejaron de creer en la magia. Me lo dejó claro un chavea el último día de trabajo; esas cosas no se olvidan. Tendría unos diez años y se colaba todos los días en el anfiteatro del circo; se sentaba siempre en la primera fila, para ver las fieras de cerca, decía. ¡Jodio chaval!
¿Quiere otro vasito de vino? Ha dejado de llover, pero es temprano. ¿Camarero!
Y perdone mi atrevimiento; a lo mejor le canso con mis cosas. Es que me pongo hablar y no paro, será por el poco tiempo que hablo con alguien. Vivo solo, ¿sabe usted? Hay que aprovechar estos ratos, que mañana no se sabe. A lo mejor nos cae un satélite encima o un misil que se le escape a los rusos o a los americanos o vaya usted a saber de donde viene. El enemigo está en cualquier parte. Este mundo ya no es nuestro, si es que alguna vez lo fue.
Nueva vida
Cielo en las nubes
No creo que vuelva: me coge de paso.
3/05/2012
Decía mi abuela que...
LLueve ahí afuera
Apenas llevaba diez minutos leyendo, mi madre se levantó sobresaltada de la mecedora de rejilla, soltó el libro en la mesa y se dirigió a la ventana. Abrió los postigos y se quedó ahí, mirando hacia fuera, escrutando la oscuridad. Algo había oído que parecía preocuparle.
Parece que la estoy viendo como si fuera ayer y ya hace más de cuarenta años; de espaldas a nosotras, alta, derecha, peinada con un moño a modo de roete que le dejaba el cuello libre y vestida de negro, siempre de negro; aquella noche también.
Estaba lloviendo. Más bien diluviaba ahí afuera. Pero mi madre nos dijo que un hombre rondaba la casa y que iba a salir.
Tenía apenas siete años, pero percibí el peligro cuando ordenó que nos metiéramos debajo de la cama y que no saliéramos hasta que ella volviera. Y más aún lo percibí cuando la seguí hasta el corral y la vi coger un palo enorme, el más grande que tenía. Y más aún cuando nos dio un beso a cada una y desapareció de nuestra vista tras cerrar la puerta y mi prima rompió a llorar. Y entonces lloré yo también, mientras mi prima tiraba de mí hacia el dormitorio y me empujaba hacía el suelo para que nos metiéramos debajo de la cama; como mi madre había ordenado.
Estábamos a oscuras y tiritábamos, aunque no sabía si de frío o de miedo. Antes de esa noche yo había sentido miedo alguna vez, pero nunca de alguien. Ahora tenía miedo de ese hombre desconocido que dijo mi madre que rondaba la casa. Esta casa que está en medio de la nada, rodeada de cerros por todos los puntos cardinales y a la que hace cuarenta años solo se podía llegar a pie por un caminito estrecho y pendiente que la separaba del pueblo unos tres kilómetros. Y aquella noche diluviaba y había una oscuridad impenetrable, de esas que hacían pensar que cualquier hombre que hubiera llegado hasta aquí conocía el camino y no podía venir a nada bueno. Eso decía mi madre antes de salir por la puerta con el palo en la mano y muy enfadada. Porque sí que parecía que ella supiera los motivos de aquel hombre para venir a rondar nuestra casa.
Lo recuerdo muy bien: sinvergüenza, canalla y ladrón, fueron sus palabras. Las últimas que yo escuché.
Sinvergüenza, canalla y asesino, debió adivinar ella, porque él había venido a matarla.
Llueve ahí afuera, más bien diluvia. Y el hombre desconocido aún ronda esta casa. Nunca le vi, a pesar de que era mi padre.
El hilo
— Me rindo. No doy para más.
— ¿Recuerdas a la abuela cuando nos tejía los abrigos de lana con aquellas agujas?
— Inolvidable en aquel sillón de flores; lo hacía al caer la tarde.
— Sí, pero cuando se equivocaba o no le gustaba como estaba quedando destejía, volvía a ovillar el hilo y empezaba de nuevo. A veces con otras agujas, con otro punto.
— Es complicado.
— ¿Por qué?
— Porque ya no soy la mujer que se equivoca y vuelve a tejer sino el hilo desgastado del abrigo destejido.
— Siempre hay algo que nos recicla.
— Sí, volver a soñar. Hasta que caiga el telón.
— ¿Lo ves?