El viejo mago de la calle Goles


Usted no me creerá porque me ve como me ve, no solo viejo, sino vencido y derrotado, que es la peor vejez que puede existir, pero yo le juro que, durante los años ochenta, fui el mejor mago de España. Sí, aquí donde me ve, que no tengo hoy donde caerme muerto. Puede venir conmigo a mi casa; bueno, a la habitación donde vivo, aquí, a la vuelta de la esquina, en la calle Goles, porque ya no tengo ni casa, que la mía me la embargó el banco; así se porta este país con los viejos y fracasados como yo.

Échese un trago amigo, que hoy invito yo. 

Como le iba diciendo, era un buen mago.  Trabajé en el Circo Mundial, en el Gran Circo Ruso, en el Teatro de la Magia. Guardo todos los recortes de periódicos de aquella época, las fotos y todos los reportajes donde se alababa mi destreza. Pero de la noche a la mañana dejaron de contratarme. Mis números se estaban quedando anticuados; eso fue lo que me dijeron. Aunque creo que la razón fue otra: los niños ya no se sorprendían cuando veían a un conejo salir de la chistera, a una paloma aparecer entre un pañuelo o a la pobre Verónica escapar indemne de los siete cuchillos que atravesaba el cajón. Pobre muchacha; está peor que yo: muerta y enterrada; tuvo un accidente ¿sabe usted? Aunque tal vez sea mejor morir así, que sufrir esta humillación.

Pero tome usted algo, hombre de Dios. Un vino que le caliente el estómago.

Lo que pasó, en realidad, no es que mis trucos estuvieran pasados de moda o que yo hubiera perdido facultades, es que los niños dejaron de creer en la magia. Me lo dejó claro un chavea el último día de trabajo; esas cosas no se olvidan. Tendría unos diez años y se colaba todos los días en el anfiteatro del circo; se sentaba siempre en la primera fila, para ver las fieras de cerca, decía. ¡Jodio chaval!

Aquel día, al termino del espectáculo, me acerqué al él y le pregunté por qué no se inmutaba con el número de la paloma, ni con el del conejo. Se me encogió de hombros ¿sabe usted? y me contó que tenía una máquina en su casa más divertida que yo. ¡Una máquina! ¿puede usted creerlo? «Una videoconsola», me dijo. Ese fue el principio del fin; la ruina de los magos, de los ilusionistas, de los payasos y de los Juegos reunidos Geyper. Sí, sí, no se ría. También la ruina de la conversación. El mundo avanza, dicen.

¿Quiere otro vasito de vino? Ha dejado de llover, pero es temprano. ¿Camarero!

Y perdone mi atrevimiento; a lo mejor le canso con mis cosas. Es que me pongo hablar y no paro, será por el poco tiempo que hablo con alguien. Vivo solo, ¿sabe usted? Hay que aprovechar estos ratos, que mañana no se sabe. A lo mejor nos cae un satélite encima o un misil que se le escape a los rusos o a los americanos o vaya usted a saber de donde viene. El enemigo está en cualquier parte. Este mundo ya no es nuestro, si es que alguna vez lo fue.

Camarero, unas aceitunitas para el amigo.


11/2/2011

4 comentarios:

el waro dijo...

ok!

bisílaba dijo...

Y qué pena que esta ficción sea tan real...
Un abrazo, Ulla

Ulla Ramírez dijo...

Tan real como que está inspirada en una persona que realmente existió y me contó su historia.

Ulla Ramírez dijo...

Gracias, bisílaba. Un abrazo