Cuento de hace mil años


Era la planta preferida de la princesa; un rosal frondoso, de tallo erguido, espinas fuertes y hojas verdes y sanas, que vivía en el jardín de palacio.
Pero ocurrió una desgracia: vino un viento huracanado que lo arrasó todo y el rosal no pudo resistir el envite. Sus ramas se quebraron y acabó con sus rosas en el suelo. Se sentía como un vulgar rastrojo y en sus noches de delirio marchito oía voces extrañas que salían de la tierra donde se aferraban sus raíces.
«Que desgraciado soy, en mi raíz suenan voces extrañas: ¡El rey Midas tiene orejas de burro! ¡El rey Midas tiene orejas de burro! », se quejaba un día el rosal con lágrimas como espinas.
Él no sabía qué significaban aquellas palabras, así que decidió investigar. Preguntó a los árboles más antiguos del jardín, que guardaban la sabiduría en el tronco, y estos le respondieron: «Es solo una historia que hace mucho tiempo un hombre escribió; se llamaba Ovidio». «¿Pero por qué las oigo yo?», preguntó el rosal. «La trajo el viento con su fuerza, pero pertenecen al pasado y al mundo de la imaginación, no has de tener miedo» le dijo el árbol.
Pero el rosal siguió escuchando todas las noches aquellas misteriosas voces que salían de su propia raíz; consumía toda su savia en reflexionar sobre su significado y no le quedaba ninguna para crecer de nuevo.
Una vez restaurado el palacio, volvió la princesa a visitar el jardín y viendo a su rosal preferido maltrecho y sin fuerzas, preguntó al jardinero qué ocurría: «¿Le falta agua a mi rosal?, ¿le falta abono? ¿Qué le pasa jardinero?» «No, princesa, lo riego a menudo y lo abono como es debido, pero tiene una enfermedad que lo consume: oye voces desde el fondo de la tierra que lo alimenta y eso le impide crecer».
Inmediatamente, la princesa dio una orden al jardinero: «¡Transplántalo lo antes posible! ¡Mañana quiero verlo frente a mi ventana!» «Será traumático mi princesa, perderá raíces y algunas ramas”», le contestó el jardinero. «No importa, corta todo lo que no sirva y transplántalo, »
A la mañana siguiente, sólo una ramita de rosal despuntaba sobre la tierra frente a la ventana de la princesa. Ésta, recién levantada, abrió su ventana y le habló así: «¿Cómo estás rosal mío?, ¿sigues oyendo tus fantasmas? ¡Se sordo por mí: necesito que vuelvas a darme flores como aquellas!»
Y así todos los días, hasta que el rosal dio como respuesta un pequeño brote, un milímetro más, un verdor distinto y más brillante, y, luego, hojitas tiernas de un color verde luminoso. Y, por fin, en primavera, rosas rojas de un exquisito olor.

Cabeza perdida

«Perdí la cabeza por una mujer», se le oyó decir desde no se sabía donde.

Imagen digital


 Imagen digital de Ulla Ramírez

Solución drástica

Un día, los dioses se reunieron para analizar las guerras de religión. A la salida, se autoimolaron.

La decisión de Cenicienta

No se si recordáis que, cuando dieron las doce en el reloj del palacio del príncipe, Cenicienta gritó «¡Tengo que irme!» y a continuación, atravesó el salón y bajó la escalinata tan deprisa que perdió un zapato. A los pocos días, el príncipe buscó a la dueña del zapato y, como ya habréis recordado, encontró a Cenicienta y se casó con ella.
Pero eso fue solo una parte de lo que realmente pasó. Porque yo se, de buena tinta, que Cenicienta volvió totalmente descalza a su casa, porque no perdió un zapato, sino los dos. Y el otro zapato lo encontró el zapatero de palacio.
También él buscó a Cenicienta y cuando la encontró le propuso matrimonio. Pero esta no aceptó porque prefirió casarse con el futuro rey. Y así fue.
Al principio, el rey la trato como correspondía: como a una verdadera reina. Pero conforme iban pasando los años empezó a tratarla con desprecio. Y tanto fue así que se convirtió en una mujer desgraciada y deseó con todas sus fuerzas volver a su casa con sus hermanastras que, al contrario de lo que nos contaron, no eran tan malas.
Claro está que, toda la vida, se arrepintió de no haberse casado con el zapatero.

La nueva vida de La Ratita Presumida

Hasta donde yo sabía hace bien poco y creo que vosotros también, la Ratita Presumida se casó con el gato blanco de dulce voz. Lo que no sabíamos y si alguien lo sabía que lo diga, es que el gato —como era de esperar— dio mala vida a la ratita. Tanto fue así que, al parecer, la ratita llamó a los tres pretendientes que tuvo en el pasado para que le ayudaran a deshacerse del gato. Primero, llegó el cerdo que le gruñó, pero el gato se tapó los oídos y se hizo el remolón. Luego, llegó el gallo que le pico, pero el gato se lamió la pata y se puso una tirita. Y más tarde, llegó el perro que cumplió con su obligación y persiguió al gato hasta echarlo del vecindario. La Ratita Presumida, entonces, le dio las gracias a los tres, fue a comprarse un gran lazo de color rojo, se lo plantó en la cabeza y decidió vivir sola toda la vida.

La crisis de los tres cerditos

Todo el mundo sabe que los tres cerditos prepararon un caldero con agua hirviendo en el hueco de la chimenea y que el lobo cayó en él y salió de allí a toda prisa y escaldado. También sabemos que, a partir de entonces, los tres decidieron vivir juntos en la casa de ladrillo y cemento del tercer cerdito, más fuerte que la de madera o paja que había tumbado el lobo con sus soplidos. Pero lo que no sabe nadie es que, aunque trabajaron mucho, mucho, mucho, vino una crisis y no pudieron acabar de pagar la hipoteca. El banco, entonces, les embargó la casa de ladrillo y cemento y tuvieron que hacerse una de madera y paja. El lobo, de todos modos, no volvió a molestarlos porque hacía horas extras en el cuento de Caperucita.

Deseo oculto

Un cara dura se miró al espejo y lo partió. Desapareció en mil pedazos.