No le gustaba su pasado y se inventó otro. Acabo por negar el segundo y se inventó un tercero. En cada decepción, tropiezo o error su cerebro le fabricaba una nueva vida cada vez más alejada de la original hasta que llegó a ser su propio reverso. Mejor reinventarse que reconocer errores, mejor reinventarse que pedir perdón, mejor reinventarse que seguir siendo yo, se decía. Se reinventó tantas veces que cuando murió nadie le recordó por nada duradero. Su recuerdo fue tan volátil como el suspiro de un gorrión.
2 comentarios:
Una reflexión sobre la importancia de aceptar nuestro pasado, con sus aciertos y errores, como parte de nuestra identidad. La negación y la reinvención constante pueden parecer soluciones a corto plazo, pero a largo plazo solo nos alejan de la autenticidad y la felicidad.
Así lo pienso.
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