Como jugo de dolor exprimido se escurre la lágrima de la diosa, se desliza por la mejilla sonrosada en su camino hasta la comisura de los labios, resbala por la barbilla y se precipita como gota de lluvia hacia el espacio helado, y en mala hora cae en el fondo del vaso del que será el último whisky de una trágica noche de perros violentos, convirtiéndose en diminuto cubito de hielo petrificado.
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