La niña de la cueva

Cuentan que nació la niña como un pajarito sin cuajar, pálida y con los ojos hundidos. Dicen que le echaron el mal de ojos nada más nacer, que ni nanas ni arrullos le cantaron, ni le mecieron la cuna. Que ni patucos de punto tuvo, ni mañanitas de lana. Ni siquiera chupete que llevarse a la boca. Ni biberón de leche templada de cabra. Que la bautizaron con  urgencia y la enterraron en un pañil de pasas, cubierta por hojas de higuera y un ramito de malvas.

Escribir

Cuando escribo algo lo leo luego en voz alta y me tiene que sonar bien.  Si el conjunto no tiene el mismo tono y cierto ritmo, no lo doy por bueno. 

Como no soy una escritora, los relatos que escribo son siempre mejorables. Pero la satisfacción que obtengo al escribirlos me compensa. 

Cuando escribo lo hago por necesidad interior y,  claro, es mi mirada la que dejo en el relato a través del narrador o narradora o a través de algún personaje. 

Lo más importante para mí es la primera frase. Ahí tiene que haber algo que haga que el lector sienta curiosidad y se haga alguna pregunta. 

Como son relatos cortos, tienen por regla general uno o dos personajes. Tres ya son multitud.  Aunque tengo algunas excepciones, como el relato Despoblación. Así que no hay muchas voces para expresar la idea central, que debe trasmitir alguna emoción. No siempre lo consigo. Hay que ir directa al meollo, al conflicto que tiene el protagonista consigo mismo, con el exterior o con el otro personaje y a cómo lo va a solucionar o afrontar. Nada de andarse por las ramas. 

Y luego, el final, que yo casi nunca tengo en la cabeza hasta que no llega. Todo depende de lo que pidan el argumento y los personajes. A veces hay varias alternativas y hay que decidirse por una. Como en la vida.

Espejito, espejito

 — Espejito mágico ¿Quién es la más lista de la clase?

— Ella, es ella. La inteligencia artificial.


El fantasma

Desde el limonero el búho vigila tu sueño, pero el fantasma lo perturba. Sigiloso te levantas y te asomas a la oscuridad por la ventana que hay al otro lado de la casa. Dos pequeños centinelas te acechan casi pegados a la tierra: los ojos del gato negro. Se oye zarzaleo en la cañada y perros que ladran. Una espesa niebla blanca se aleja por el camino y esperanzado vuelves a la habitación y sientes que ya no está. Te dejó en paz el alma. Pero siempre vuelve.


Esto no es un relato

 No existe plagio si hay admiración. El plagio nace de la envidia y la mezquindad. Lo que sí acontece a veces entre los que tenemos la afición de escribir historias es que la lectura de un relato escrito por otra persona te inspire para escribir el tuyo. Puede ser una sola palabra, una sensación o una emoción la que haga saltar la chispa de algo que tenías ahí en tu mente, guardado. Luego, tu cuento o relato puede estar relacionado o no con lo escrito por la otra persona, aunque normalmente hay un hilo más o menos visible, o invisible, que los une. 

Esto suele pasar cuando eres lector habitual de  cuentos y novelas en libros. De hecho, al que le gusta escribir debe leer mucho para aprender. Luego, cuando se pone a la tarea va volcando en sus historias multitud de cosas de otros que ha absorbido como una esponja y un día se sorprende escribiendo una frase que le suena pero no sabe de qué. Pero esos otros no leen lo que tú escribes.

Pero en el mundo de los blogs, más inmediato, ocurre algo muy curioso. Tu lees a los demás y los demás te leen a ti; a diario o en días. Suele haber reciprocidad. Y esa reciprocidad propicia la retroalimentación. De tal modo que alguna vez pareciera que el admirado se ha inspirado en ti. Y eso es muy  bonito. Aunque también pudiera ser que esa impresión fuera solo un producto de la imaginación del admirador. Materia para otro párrafo o para un relato. 

Luna

Vive la luna de miel con su cara oculta y juega a rayuela en el agua, tan feliz como sola en el centro del cielo, tan redonda como un pan de pueblo, tan poderosa como una mujer en su reino. Olvidada de aquel toro enamorao y del hombre que la pisó.

El Elefante en la habitación

No es cierto que los elefantes teman a los ratones. Lo que pasa es que el paquidermo tiene mala vista y se sobresalta con todo aquello que le merodea a ras de suelo y no controla. Se desconcierta, se pone de los nervios y lo aplasta, sin saber lo que pisa. Aunque con toda su intención, cargado de todo su peso y poder. Lo mismo le da que sea ratón o ratita, o cualquier ser vivo pequeño. Y ese es el problema, que a tí, el Elefante, te ve pequeña, diminuta. 
Pero tú eres grande, sí, grande; repítelo. Y  lo ves, claro que lo ves. Es imposible tener un elefante en la habitación y no verlo, aunque te hagas la longui por aquello de la procrastinación, palabreja donde las haya, que yo traduzco por no hacer hoy lo que puedas hacer cuando tengas moral para hacerlo.
Y así va pasando el tiempo, hasta que un día el Elefante te hackea el ropero. 
Y es entonces cuando ves la urgencia de buscar un método para sacarlo de la habitación. Porque entrar entró, aunque tú no sabes cómo.
Descartas matarlo a sangre fría y partirlo en trocitos o buscar un desokupador. No son prácticas acordes con tu forma de pensar.
Lo mejor es tirar todas las puertas y abrir inmensos agujeros por donde quepa el bicho. Luego habrá que ensanchar la calle y las avenidas de tu ciudad. Y ponerle una alfombra roja al animal y un puente de oro para que llegue bien lejos y que allí le rasquen el lomo y le adoren.
Amén.


Vida partida

No soportaba aquella humedad pegajosa en el cuerpo. La culpa era del mar. Pero quién se aleja del Mediterráneo por semejante molestia. El amor siempre prevalece. Y aquella luz.
Al final del verano su estado era preocupante y por más agua que bebía la deshidratación a punto estuvo de tumbarla.
Llegó el otoño y volvió al interior. Allí se recuperó de su dolencia, aunque a los tres meses la nostalgia del mar la consumía y el frío le helaba los huesos.  
Así fueron sucediéndose, años tras año, los veranos luminosos y deshidratadores y los inviernos helados y grises. 
Buscar un final feliz para esta historia fue imposible. Murió con el alma partida en dos mitades.

Tres tristes flores rosas



Propósitos

Me niego a comprar ninguna milonga. No soy  ninguna crisálida que al morir se convierta en mariposa. Tampoco negaré el pasado solo porque hice algo que no debí y se me olvidó pedir perdón.Tengo que apuntarlo, no vaya a ser que después de irme tenga que volver. Mejor que no me invoquen.

Sapiofilia

Tuvo que llegar un día en el que un ser humano sintiera por primera vez mariposas en el estómago, alteraciones en el ritmo cardíaco y variaciones en el ánimo, provocadas por otro ser humano solo a través del inteligente, atractivo e ingenioso uso de las palabras; como en un juego seductor sin necesidad de miradas, ni sonrisas, ni roce. Y entonces, como por arte de magia, surgió de la chistera una palabra nueva.


El Peluche


Juro que si algún día me tropiezo por la calle con aquel monstruo de las galletas no cambiaré de acera. Maldito peluche color azul cobalto, que entraba en el colegio como Pedro por su casa con permiso de la madre superiora. El mote le venía grande, pero nos servía para hablar en clave.
¡Maldito jardinero del mono azul! No solo podaba árboles.
María, Isabel y Adela: adolescentes interruptas por aquellos abusos a quemarropa; tatuajes indelebles, quemaduras vivas en el alma.
Por eso estoy aquí y lo veo todo azul; un fastidio.
Lanzamos globos sonda, emitimos señales de humo y gritos de socorro. “Inventos de niñas locas” nos decían. “Dios os castigará por levantar falso testimonio”. Luego, pasó lo de Isabel, que se cortó las venas. Y por fin lo denunciamos. “Ni en vuestros sueños me encerraréis” decía él con descaro cuando salió del juzgado, libre como las fieras. 
Pero esto no es un cuento y acabará mal. Por pura coherencia: la mía. Si algún día salgo de aquí, juro que lo mataré. Y seré inocente porque estoy loca y lo veo todo azul.




Tropiezos

Tropezaron dos veces en la misma esquina. La primera para conocerse. La segunda para no olvidarse.

Despedida

 — Ven a verme —me dijo cuando me giré desde la puerta de la habitación para decirle adiós con un gesto de la mano.

— Claro que sí, mañana vengo otra vez —le contesté con una sonrisa.

Murió aquella misma noche. Él sabe que algún día cumpliré mi promesa.

Noche vieja

Y volvió a bailar frente a la cómoda de los tres espejos. Y brindó con ella por muchas más.

Lo peor

… fue apagar el fuego cuando prendió el corazón.

Promesa

Un año nuevo siempre es una promesa. Ojalá se cumpla.