Me llamo Paca y soy una cabra. Pero no vivo como esas pobres cabras de los campos. No, no. Yo, toda la vida, he sido una señora cabra de ciudad; fina, elegante, pacífica y con un objetivo claro en la vida: siempre quise ser oveja.
Así que, un día, cogí mis ahorros de toda una vida de acróbata profesional del taburete y me fui a una peletería a comprarme un buen abrigo de lana merina de esos que te cubren toda enterita, desde las pezuñas hasta las orejas, con el que mereciera la pena estrenar un buen perfume a lana recién lavada y salir de fiesta a bailar el chachachá.
Crucé la ciudad para ir a la mejor tienda, a la que tenía más fama. Pero el dependiente me dijo que no había existencias y en apenas quince minutos me engatusó: en vez de venderme un abrigo de oveja me vendió una piel de osa por catálogo.
Y yo, toda envanecida, me fui a mi casa convencida de que convertirme en osa era mucho más de lo que había imaginado y por supuesto mucho mejor que ser una ovejita lucera de poca monta con un collar de campanillas; iba loca de contenta, vamos, como una cabra loca, realmente como una verdadera chota.
Al día siguiente, en el corral de mis dueños, a las afueras de la ciudad, les describí a mis amigas cabras lo fantástico que era el abrigo de piel de osa. Todas me miraban con cierto desden, desviando ligeramente los ojos hacia la tapia del corral, donde un sospechoso gato negro se relamía de la risa.
Pero esperé un mes, dos, tres meses; el invierno se iba acercando y el abrigo se retrasaba.
Por fin, decidí cruzar la ciudad para ir de nuevo a la tienda donde lo compré y me la encontré cerrada. No podía despegar mi cara de cabra pasmada del cristal del escaparate vacío y lleno de polvo. Pregunté en la zapatería de la esquina y me dijeron que los dueños se habían ido sin dar muchas explicaciones.
¿Habéis visto alguna vez a una cabra cabreada?
Aquella noche no pude dormir del sofocón.
Puse un anuncio en el Correo Caprino y en La Gaceta de los Animales Acróbatas; “cabra incauta busca vendedor de piel de osa, se ofrece recompensa”, decía.
Coloqué carteles por toda la ciudad.
Todo en vano. Nadie me dio noticia de los dueños de la tienda.
Durante meses, he estado muy deprimida; no comía, no balaba, no brincaba y mis amigas ni siquiera se han compadecido de mi. Y el maldito gato negro ha ido reuniendo, tarde tras tarde, encima de la tapia del corral, a toda su parentela, para, juntos, relamerse de risa a mi costa.Mi estado anímico ha ido de mal en peor, mi dueño ya no me lleva a trabajar por las plazas de la ciudad, pues ya no soy capaz de juntar las cuatro patas sobre el taburete cuando él toca la trompeta.
Hace poco, me ha llegado una carta sin remite donde me comunican que lo sienten mucho pero que la osa en cuestión se fue de vacaciones y no la pudieron cazar.
¿Y yo? pues aquí estoy, medio resignada: cabra para toda la vida, aunque cabra escaldada.
Aunque... ¿Y si me comprara la piel de loba?.