En la sombra
El calor quema, abrasa
la calle se derrite
mi casa es un refugio de sombra.
Este infernal verano
presiento soledad
deseada como la sombra.
Me abandono
al deleite del paso lento del tiempo
al sereno existir en la sombra.
Y me llegan recuerdos de ti
tan lejanos ya
como las sombras.
Escrito en 2005
El regalo
Amor fantasma
Salió de la habitación haciendo eses por el pasillo hasta que se topó con la pared y la traspasó. Al otro lado, él la esperaba ilusionado para vivir su primera noche de amor, libres ya de las ataduras corporales.
Lluvias
Este año ha llovido barro y en el pueblo fue muy comentado. Los viejos decían que una vez llovieron ranas y las mujeres contaban que lo que llovió, en realidad, fueron renacuajos. Pero esto de las lluvias extrañas no es una novedad. Mi abuela cuenta que en el año en que ella vino al mundo llovieron sombras. Y añade siempre como una coletilla “y eso fue en el 36”.
Incertidumbre
Como no tenía miedo, ni frío, ni hambre, imaginó cómo actuaría si un día le atacaba un monstruo en medio de la noche en un desierto helado y sin maná. No tendría recursos porque no estaba entrenado. Así que contrató a un couch que se lo pusiera difícil. Las pruebas empezaron pronto a subir de nivel hasta que llegaron a ser coercitivas. Por fin creyó que estaba preparado para soportar lo que viniera, aunque no sabía lo que le esperaba porque un monstruo se le había instalado dentro.
Doña Lorenza
A las cinco y media de la tarde, con rigurosa puntualidad, llegaba en bicicleta Miguel, al que Doña Lorenza quería como un hijo desde que de niño quedara huerfano de madre. Se mantenía a una distancia prudencial, posado sobre sus albarcas silenciosas; esperando.
Las malas lenguas podrían añadir alguna historia de amoríos entre Lorenza y el padre de Miguel, el típico caciquillo de pueblo, pero no vamos a dar aquí pábulo a chismes de comadres y tabernas.
El chaval, alto y bien hecho y con unos ojos negros que quitaban el sentido, era ya un hombre y su presencia alborotaba a las quinceañeras. Sobre todo se inquietaba Remedios que se levantaba de la silla cada cinco minutos con cualquier pretexto. Pero Doña Lorenza era la mar de comprensiva y, cinco minutos antes de que terminara la clase, le daba permiso para que diera por terminada la labor.
— Anda, hija mía, que pareciera que tienes un garbanzo en el culo. Ve, ve, y ya vuelves mañana, que de coser vas a tener tiempo, pero el amor pasa volando como las mariposas.
Y allá que se levantaba rauda Remedios y se montaba en la bicicleta con Miguel y se marchaban por aquellos caminos de tierra a pintar un corazón con dos flechas en el tronco de cualquier algarrobo, mientras a Doña Lorenza se le caían dos lagrimones.
Presagio
Ni yo misma me entiendo cuando te pienso. Por eso procuro no pensarte. Pero el agua ha caído hoy como en aquellos días en los que tu y yo veíamos caer la lluvia con la nariz pegada a los cristales y el vaho de nuestro aliento terminaba por empañarlos. Un dolor agudo me atraviesa el recuerdo. Mejor que no llueva.