Greguería


Una cosa es ser tonta y otra caerse del bote.

 

Greguería

 Que más quisiera yo que ser pájaro para anidar en tu árbol.

En la sombra

El calor quema, abrasa

la calle se derrite

mi casa es un refugio de sombra.

Este infernal verano

presiento soledad

deseada como la sombra.

Me abandono

al deleite del paso lento del tiempo 

al sereno existir en la sombra.

Y me llegan recuerdos de ti

tan lejanos ya

como  las sombras.


Escrito en 2005






El regalo

Me regalaste una canción y me puse a bailar frente al espejo como cuando era niña. Cerré los ojos un momento y te imaginé. Cuando los abrí ya no era yo la reflejada. Una silueta, al principio difusa, se fue perfilando ante mi, haciéndose cada vez más nítida y tomando la forma de tu cuerpo. Tu sonrisa y tus ojos acabaron por definirse. Te hiciste tú y yo me acerqué a ti. Tus brazos me rodearon, los míos te acogieron. Me fui contigo. Aún no he vuelto.

(24 - 05 - 2024)

Amor fantasma

Salió de la habitación haciendo eses por el pasillo hasta que se topó con la pared y la traspasó. Al otro lado, él la esperaba ilusionado para vivir su primera noche de amor, libres ya de las ataduras corporales.

Lluvias

Este año ha llovido barro y en el pueblo fue muy comentado. Los viejos decían que una vez llovieron ranas y las mujeres contaban que lo que llovió, en realidad, fueron renacuajos. Pero esto de las lluvias extrañas no es una novedad. Mi abuela cuenta que en el año en que ella vino al mundo llovieron sombras. Y añade siempre como una coletilla “y eso fue en el 36”.

Greguería

En la última página, el libro puso fin y se quedó sin palabras.

imagen digital



 

Greguería

 ¿Para qué buscas una media naranja si tu eres un completo melón?

Deseo

Que más quisiera yo que ser todavía primavera, dijo el verano sobrevenido.

Incertidumbre

Como no tenía miedo, ni frío, ni hambre, imaginó cómo actuaría si un día le atacaba un monstruo en medio de la noche en un desierto helado y sin maná. No tendría recursos porque no estaba entrenado. Así que contrató a un couch que se lo pusiera difícil. Las pruebas empezaron pronto a subir de nivel hasta que llegaron a ser coercitivas. Por fin creyó que estaba preparado para soportar lo que viniera, aunque no sabía lo que le esperaba porque un monstruo se le había instalado dentro.

Microamor

Duró lo que dura la vida de una mariposa blanca.

Greguería

Quiero aprender Braille para leerte cuando no te vea.

Doña Lorenza

Doña Lorenza la solterona, rubia, ojos color verde oliva, de unos cuarenta y tantos, tenía una tienda donde vendía legumbres, aceite a granel, carne de membrillo, chocolate y cerveza, con un emparrado en la puerta bajo cuya sombra impartía cada tarde clases de costura y bordado a las niñas del pueblo en edad de empezar el ajuar, aunque el novio no hubiera aparecido todavía.
A las cinco y media de la tarde, con rigurosa puntualidad, llegaba en bicicleta Miguel, al que Doña Lorenza quería como un hijo desde que de niño quedara huerfano de madre. Se mantenía a una distancia prudencial, posado sobre sus albarcas silenciosas; esperando.
Las malas lenguas podrían añadir alguna historia de amoríos entre Lorenza y el padre de Miguel, el típico caciquillo de pueblo, pero no vamos a dar aquí pábulo a chismes de comadres y tabernas.
El chaval, alto y bien hecho y con unos ojos negros que quitaban el sentido, era ya un hombre y su presencia alborotaba a las quinceañeras. Sobre todo se inquietaba Remedios que se levantaba de la silla cada cinco minutos con cualquier pretexto. Pero Doña Lorenza era la mar de comprensiva y, cinco minutos antes de que terminara la clase, le daba permiso para que diera por terminada la labor.
— Anda, hija mía, que pareciera que tienes un garbanzo en el culo. Ve, ve, y ya vuelves mañana, que de coser vas a tener tiempo, pero el amor pasa volando como las mariposas.
Y allá que se levantaba rauda Remedios y se montaba en la bicicleta con Miguel y se marchaban por aquellos caminos de tierra a pintar un corazón con dos flechas en el tronco de cualquier algarrobo, mientras a Doña Lorenza se le caían dos lagrimones.

Presagio

Ni yo misma me entiendo cuando te pienso. Por eso procuro no pensarte. Pero el agua ha caído hoy como en aquellos días en los que tu y yo veíamos caer la lluvia con la nariz pegada a los cristales y el vaho de nuestro aliento terminaba por empañarlos. Un dolor agudo me atraviesa el recuerdo. Mejor que no llueva.