Se veían luces al anochecer, incluso se escuchaban voces cuando el viento era favorable, pero nadie se atrevía ni a mojarse los pies. El agua no tenía fondo, contaban.
Un día, comenzaron a tender un puente. Al principio era frágil, hecho de palabras, imágenes y canciones. Los habitantes de la isla se pasaban las horas añadiendo piezas, puliendo sus aristas y sus perfiles, sin cruzarlo nunca. Admirando su obra.
Los pocos que se atrevían a caminar sobre él sabían que el puente no era un lugar para habitar, sino un lugar de paso. Pero no levantaban la vista.
Después de mucho tiempo, alguien entendió. Fue entonces cuando descubrieron que vivían en un archipiélago.
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