En los tiempos de mi abuela, las familias se reunían de noche alrededor de las candelas a contar historias de monstruos y misterios. Los niños correteaban alrededor un rato y luego se sentaban a escuchar. Pero cuando alguien empezaba a contar la historia de Bernardo, el que se mató con la jáquima de su borrico, la de Adelita la soltera, a la que le quitaron el niño, o la del topo del pueblo, los mandaban a dormir.
Ha pasado mucho tiempo, pero los niños siguen sin oir las historias humanas mientras juegan a monstruos, videojuegos y robots. Luego, crecen, los sorprende la vida y no se la creen. Cualquier monstruo inventado les puede parecer más real que la misma realidad por monstruosa que esta sea.
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