El Paraíso
es un árbol delicado, con hojas tiernas, flores diminutas de olor muy fino y
fruto ovalado del tamaño de una aceituna pequeña. Su ramas son frágiles y su
sombra refrescante y dulce. Dicen los que son dados a magias y supersticiones
que es un árbol que da suerte al que lo posee en su jardín.
Crecí contemplando un Paraíso y lo hice compañero de mis
juegos y de mis sueños, con sus frutos jugaba
lanzándolos al agua para ver hasta donde llegaban las ondas y en su tronco grabé con una piedra
mi primer corazón de enamorada.
Ahora, cuando la vida ya me ha
transcurrido sobre la piel y el corazón, a veces alegre y otras amarga, ahora,
cuando sólo recuerdo de mi infancia lo feliz y lo mágico, veo ese árbol en los
parques de Sevilla y se me revela como un dios pagano al que podría idolatrar,
como un símbolo de lo que fue mi paraíso perdido. Me acerco al árbol y lo
huelo, recojo de sus ramas sus hojillas tiernas y menudas y las aprieto entre
mis manos. Y aún quisiera acercarme más, abrazar su tronco, y por los círculos que
marcan la edad en su interior, volverme, como si fuera un túnel del tiempo,
al pasado feliz.
(Escrito en 1985)
1 comentario:
A veces todos queremos volver al pasado de la niñez, pero ni fue tan feliz ni tan mágica.
Un abrazo.
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