Se recuerda escondido detrás de aquellos
arbustos, ovillado sobre sí mismo como su madre lo tuviera en el vientre, mordiéndose los
labios, sangrándole la boca, orinándose en los calzones como un chiquillo
cobarde, llorando por dentro, maldiciendo su vida y aquella guerra, paralizado y muerto de miedo como
lo está ahora, veinte años después de aquel fatal minuto en el que el capitán
Santiago ordenó apunten, disparen y fuego y su padre, con la cabeza alta y el
puño levantado, recibiera en el centro del corazón la bala que lo mató y cayera
desplomado al suelo junto a la tapia del cementerio sin que él moviera un
músculo para impedirlo, sin gritar basta ya bastardos que es mi padre, que esto es un error, que él no ha matado a nadie. Pero no dijo nada. Nada. Por eso ahora se mantiene firme, de frente, con la cabeza alta y el
puño izquierdo levantado, al igual que hiciera su padre en el momento de su muerte, y sin pedir perdón a Dios
ni a nadie por su venganza, con la mano derecha se coloca la pistola en la sien, apunta y dispara.
16/03/2014
2 comentarios:
Es genial ver como la escritura y lectura están retomando el resplandor que merecen, y que estaba acabando en los materiales de política, asesinatos y erotismo, hace poco fui a un festival del libro y vi a cientos de personas dialogando, leyendo y disfrutando de la lectura.
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muy buena tu entrada y es cierto lo que dice el compañero, siempre hay que mantener una actitud de lectura.
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