Si existiera una larga calle, desde tu casa a la mía, en la que nos pudiéramos encontrar por casualidad una mañana cualquiera y nos encontráramos un día, seguro que nos alegrábamos. Pasearíamos un rato y luego nos sentaríamos en cualquier banco de alguna plaza o en algún bar, a charlar tranquilamente, y se nos iría el santo al cielo, olvidadizos como somos del tiempo real. Como pasa en los pueblos. Nada de particular. Y así pasaría ese día cualquiera.
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