Vida partida


No soportaba aquella humedad pegajosa en el cuerpo. La culpa era del mar. Pero quién se aleja del Mediterráneo por semejante molestia. El amor siempre prevalece.
Al final del verano su estado era preocupante y por más agua que bebía la deshidratación a punto estuvo de tumbarla.
Llegó el otoño y volvió al interior. Allí se recuperó de su dolencia, aunque a los tres meses la nostalgia del mar la consumía y el frío le helaba los huesos. 
Así fueron sucediéndose, años tras año, los veranos luminosos y deshidratadores y los inviernos helados y grises. 
Buscar un final feliz para esta historia fue imposible. Murió con el alma partida en dos mitades.


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