—¿Por qué eres tan seca? No seas maleducada, ya no eres una niña —le dijo la madre aquel día cuando él se marchó.
— Me cae mal, no lo puedo ocultar. No sé por qué insiste, madre.
— Es un buen partido; no hay muchos hombres por aquí como él. No nos faltará de nada.
—Pues si tanto le gusta, hágase usted su novia.
— Yo ya soy vieja, hija, y los hombres ya se sabe. Pero tú deberías pensar...
— Me cae mal, no lo puedo ocultar. No sé por qué insiste, madre.
— Es un buen partido; no hay muchos hombres por aquí como él. No nos faltará de nada.
—Pues si tanto le gusta, hágase usted su novia.
— Yo ya soy vieja, hija, y los hombres ya se sabe. Pero tú deberías pensar...
No la dejó acabar, le dio la espalda y salió de la cocina dando un portazo.
El resto del día un silencio espeso se hizo entre las dos.
Al caer la noche, mientras una rezaba el rosario la otra pedía perdón a Dios por querer abandonar a su madre en aquel último rincón del mundo.
El resto del día un silencio espeso se hizo entre las dos.
Al caer la noche, mientras una rezaba el rosario la otra pedía perdón a Dios por querer abandonar a su madre en aquel último rincón del mundo.
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