Ya no me embarga la tristeza a la hora vespertina cuando en estampida los pájaros se retiran a sus nidos. Tampoco temo al conticinio cuando se palpa el silencio y un hacha pareciera cortar el aire con su gruesa hoja de acero. Tampoco me produce inquietud la puerta cerrada de mi corazón solitario, ni me cuesta respirar cuando los vecinos apagan la luz y la noche se cierne sobre mí. Me basto sola para iluminarme el alma y sofocar mi corazón de fuego. Tampoco hace falta ya que tu vengas a traer el sol por las mañanas.
2020
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