Mustio

En enero de mil novecientos diecisiete, Doña María, enferma de tuberculosis y viendo cercana su muerte, decidió casar a su sobrina Conchita, de diecinueve años, huerfana de padre y madre, con su hermano Antonio, viudo con un hijo y veinte años mayor que aquella.

Una vez celebrado el matrimonio y en la misma noche de bodas Don Antonio le dejó claro a Conchita por la vía de los hechos que no podía consumar. Para Conchita fue un verdadero alivio. Aunque pronto comprobó,  para su desgracia, que su tío no estaba en condiciones de ofrecerle casi nada, porque ni tan siquiera tenía sesera para llevar la abacería. Tenía que hacer algo o acabarían siendo pobres. Así que le sugirió sutilmente a su marido que dejara en sus manos el negocio.

Don Antonio le dijo que ni hablar, que no iba a consentir que su mujer estuviera trabajando de cara al público, y un día se presentó en la abacería con su hijo Miguel para que fuera el encargado. También metió a una muchacha que vino del pueblo para atender a la clientela.

Pasado un mes, Don Antonio miraba a la tendera con ojos de deseo. Conchita reparó en ello, pero, vistas las capacidades amatorias de su marido, no le preocupó. Para ella estaba mustio.

Pero pasaron dos meses y la tendera se sonrojaba cada vez que el hombre aparecía por la tienda mientras Don Antonio se regocijaba dentro de su traje, detalle este que no se le escapó a Conchita que asombrada decidió celebrar el acontecimiento despojándose por fin de sus enaguas en la cama de Miguel.

La abacería resultó ir de viento en popa.

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