Disfrutaba la niña con las pompas de jabón; las irisaciones que producía la luz del sol en su redondez imperfecta le fascinaban. Pero pensaba que eran solo un mágico envoltorio de algún prodigio extraordinario que sucedería en algún momento ante sus ojos. Cuando explotaban se entristecía, pero enseguida hacía otra y sus ojos volvían a iluminarse. Así era la ilusión más pura.
Con el tiempo, supo la niña que todas las pompas de jabón acaban explotando y que ninguna tiene nada dentro. Fue entonces cuando se enamoró de los colores que las adornan mientras permanecen suspendidas en el aire.
Pompas
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1 comentario:
El paso de la niñez a la vida adulta parece triste, pero uno se sigue enamorando.
Un abrazo.
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