Ya sé que Gustavo Adolfo Bécquer no escribió las Rimas para mí. Aun así me gustaban cuando era joven y estaba enamorada. No de él, claro; eso sí que hubiese sido una locura.
Andaba yo entonces por donde mismo él pisaba -Rayo de Luna, Las Golondrinas– y cada mañana me llenaba del aroma de Rosa de Pasión camino de la Venta de los Gatos, donde, en la misma puerta, cogía el autobús para ir a la facultad. Nunca nos cruzamos.
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