Siempre me han llamado la atención las novelas con un narrador o narradora que cuentan en primera persona del presente lo que van haciendo en cada momento. Es curioso el mecanismo por el cual el lector acepta el doble engaño del escritor: el de la ficción, que va de suyo, y el de que alguien pueda escribir mientras baja una escalera a toda prisa, pega un tiro a su enemigo, opera a un enfermo o hace el amor. Es imposible, pero grandes escritores y escritoras han conseguido engancharnos a sus historias de esta forma. Es magia.
Tambien he visto algún caso en el que el narrador o narradora muere antes de que acabe el libro. Y esto me ha chocado. Porque ¿quién me contaba entonces la historia? Si no queda claro, hay un error narrativo ¿no?
Otra cosa distinta es que se tenga claro que el narrador es un muerto, un fantasma o un duende. Eso entra dentro del pacto entre escritor y lector.
Después están los que dentro de un agujero sin salida, atados de pies y manos, tienen allí todo lo necesario para escribir en presente: papel, pluma o bolígrafo, incluso manos. Ya por ahí no paso.
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