—Abuela ¿mamá trabaja en el cielo tanto como tú?
—No, hija mia, el cielo tiene esa ventaja, que ya no hay que doblar tanto el lomo.
Y seguían cenando en silencio a la luz del quinqué.
La pastilla para evitar la ansiedad le tenía anulada la memoria de lo soñado. Pero aquella noche el sueño debió ser más intenso porque al despertar recordó el suave tacto de una mano en la suya. También recordó que dentro del sueño abrió los ojos y le vio sonreír. Era tan real que quiso darle un abrazo, pero su cuerpo se desvaneció. Durante todo el día le vino la sonrisa y el llanto a partes iguales porque estaba segura de que había soñado con el último amor de su vida.
En el baile suelto cada uno llevaba su ritmo, hasta que en el momento oportuno cambiaba la música y se bailaba agarrado. La música no se cambiaba sola.
Le mantuvo la mirada tres segundos y sus ojos la extraviaron. Perdió la cabeza, cayeron los brazos, se descoyuntaron sus piernas. Se desarmó. Dudó de su propia existencia. Quizás fuera inventada.