Primeros pensamientos

¿Toda España! ¿Qué ha pasado? ¿Por dónde andan los míos? Tengo que comprar pan y fruta. Vaya, no tengo una radio a pilas. 


Santos y diablos

Nunca nadie es tan santo como lo pintan. Pero los diablos se pintan solos.  

Canción: Abandonamos

Los océanos se han convertido en ciénagas cubiertas de plástico
y han muerto las Sirenitas.
Los ríos ya no desembocan en el mar
y apenas quedan charcas para tanto príncipe convertido en rana.
Han ardido los bosques donde vivían las brujas,
se han extinguido los lobos feroces
y las selvas donde bailaba Baloo.
El sol ha quemado las alas de las últimas cigüeñas,
Caperucita y Cenicienta volaron en su moto eléctrica,
esperando llegar a un mundo mejor.
Y los niños lloran porque ya nadie quiere contar cuentos sin vida.
El desierto ha ocupado la Tierra,
vamos camino de otro mundo.
Ojalá las hadas nos acompañen
y vuelvan a nosotros las musas de la creación.
Y los niños lloran porque ya nadie quiere contar cuentos sin vida.
El desierto ha ocupado la Tierra,
vamos camino de otro mundo.
Ojalá las hadas nos acompañen
y vuelvan a nosotros las musas de la creación.

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 Adaptación de un texto escrito el 8.10.2024

Enlaces a la canción: 

Abandonamos 2

Abandonamos 3



Greguería

El hambre es lista porque hace de la necesidad virtud.


Iceberg

Nadie sabe casi nada sobre nadie. Somos la punta de un iceberg y bajo la línea de flotación los secretos congelados impiden que el mar arrase con todo. Pero parece conveniente conservar la temperatura ambiente para evitar mayores desastres. Seguimos navegando. 

Escrito en 2022.

En la fuente

Tanto fuí a beber a la fuente de tus sueños, que se me rompió el cántaro de los míos.

Greguería

El portugués malhumorado expresa enfado desafinado. 

Mi refugio. Canción


El camino es un hilo
de polvo y latidos,
las huellas de mi corazón
se hunden en la tierra.

Estoy cansada...
cansada...

Me detengo en un recodo,
el eco del agua me susurra,
me dejo envolver
por su liquida melodía.

Los pájaros incendian la tarde,
afilo el oído,
es un rumor vibrante,
la ráfaga viva del tiempo.

Y me dejo llevar...
Me dejo llevar...

Las horas se deslizan
sobre mí, el cielo cae,
las estrellas titilan
con un murmullo de luces.

Y me dejo llevar...
Me dejo llevar...

La luna sube lenta,
derramándose en la noche.
Abro los ojos de par en par.
Todo está bien.

Sé que me quiero quedar...
Me quiero quedar...

Extiendo la tienda
clavo mis certezas
ajusto mis vientos
tenso mi lona.

Este es mi refugio
Y aquí me voy a quedar
Me voy a quedar.




Letra: Ulla Ramírez

Música y voz: IA Suno

Enlace a la canción: Refugio 1



Metamorfosis

Cada mañana, cuando iba a trabajar, la mujer se volvía caracol y llevaba su casa a cuestas.

Imagen IA

Anónimo

Prefiero escribir mi historia a que otros me la inventen cuando muera. El más insignificante de los seres se ve sometido a revisionismo y juicio cuando está en la tumba. Todos creen saber la verdad sobre nosotros cuando morimos. Mejor la cuento yo y acabamos antes. 

Vida nocturna

 Le vió robar los huevos de las gallinas en el corral. Le vio llevarse el almirez de la mesita oval que adornaba la entrada de la casa. Y no dijo nada. 

Vino la madre a devolver el almirez, pidió disculpas por el niño, que mire usted que no está acostumbrado a entrar en casa de nadie y no sabe que hay cosas que no son de uno y que no se pueden coger; los huevos no se los voy a poder devolver, se sentó en la tapia de la alberca, los agujereó y se los bebió, pero yo le he hecho jurar que no lo volverá a hacer. Dígame usted cuánto le debo.

 Pero que va mujer,  entre usted, por dios, y siéntese, y el niño, que no se quede ahí en la puerta. Dígale que entre, está asustado. ¿Como te llamas?  La madre contestó por él. Pues que se venga mañana a jugar con mis niños si quiere. Tiene un hermano, más chico, dijo la madre. Pues que venga también.  

Escuchó la reverberación de sus risas, chapoteando debajo del chorro de la alberca. Cada vez más fuerte. Hasta que los sonido se fueron difuminando, dando paso a uno desagradable, agudo y tintineante.

¡La campanita! 

Apretó los ojos muy fuerte, negando con la cabeza repetidamente. La monja tiró de la manta hacia abajo con fuerza y ella levantó medio cuerpo, estiró el brazo y volvió a taparse con rabia. La monja volvió a tirar y la dejó totalmente destapada. 

— Venga, niña, no te hagas la remolona. Todos los días te tengo que espabilar.

A la noche siguiente, difícil precisar la hora, volvió a ser verano bajo el chorro del agua del pozo que caía en la alberca. Quedaban pocas ranas por sacar.

— Ponte el bañador y ayúdame a cogerlas, le dijo él. Está buena.

—Mi madre no quiere que me bañe porque dice que el agua es mala para la sangre que tengo.

— ¿Qué sangre? ¿Te hiciste una herida?

— No, yo no, se hizo sola. Dice mi madre que es porque me he hecho mujer. 

— Pues yo no veo que tengas herida ninguna. Y tampoco veo que seas una mujer.

— Yo tampoco lo veo. Pero qué sabrás tú que eres un niño. Tampoco me dejan subirme a los árboles.

— ¿Y eso es por la herida o por ser una mujer?

—¡Mira, mira, mira! Allí, allí, acabo de ver una  rana! ¡Cógela, cógela...!

Y sintió entonces como un tirón en los pies y la manta deslizarse hacia abajo. Y la campanita, la dichosa campanita. Y apretó los ojos. Y dijo que no con la cabeza.

—Bueno, la cogeremos esta noche —pensó finalmente. Y se echó de la cama sin mirar a la monja. 


La memoria de los gatos


La memoria de los gatos

Volví al lugar años después. La casa parecía más pequeña de lo que yo la recordaba. Don Antonio había muerto. Su vieja silla de enea aún estaba en un rincón. Me senté en ella. El crujido de la madera rompió el silencio.

Dije en voz alta:

—Había una vez un viejo, llamado Don Antonio, que había sido carretero en su juventud.

Me detuve un momento. ¿Para quién estaba contando?

El bastón de Don Antonio estaba colgado en la pared. Me levanté y lo cogí. Y al volver la cara, lo vi. Era un gato blanco enorme, de ojos azules, con cara de haber consumido casi todas sus vidas. Se sentó en el escalón de la casa, observándome. Al rato apareció otro. Y después otro y después otro. Se fueron adelantado poco a poco hasta que se situaron todos a mi alrededor, tendidos sobre el suelo ajedrezado.

Tragué saliva y recomencé.

—Había una vez un viejo, llamado Don Antonio, que había sido carretero en su juventud —murmuré con voz temblorosa. 

Los gatos ronronearon y luego me miraron con los ojos bien abiertos y expectantes. Parecían interesados.

Proseguí mi relato con un poco de más vivacidad. 

—Cuando éramos niños, cada tarde esperábamos que Don Antonio tomara su silla baja de enea y se acomodara en el porche. Parece que lo estoy viendo: encorvado, ojos azules; una gorra protegía su pelo blanco y su voz pausada nos llevaba a tiempos y lugares que nunca habíamos visto, pero que nos resultaban familiares pues el señor Antonio repetía aquellas historias, con alguna leve variación, una y otra vez. Siempre que las contaba, los gatos aparecían y se acomodaban a su alrededor. Nunca los llamaba, pero ellos acudían. Siempre los mismos.

—Señor Antonio, ¿por qué siempre vienen los gatos a escucharle? —Le pregunté una vez, intrigado.

Él sonrió, acariciando la cabeza de un gato rubio que se le había subido a las rodillas.

—Porque recuerdan —me dijo.

—¿Qué recuerdan? —insistí.

—Todo. Las historias que cuento, a vosotros y a mí.

En ese momento el gato blanco pareció sonreírme. Le correspondí con un parpadeo suave y me dispuse a contar la historia otra vez. Tenía que añadir algo nuevo y una pregunta me rondaba: ¿transmitían los gatos las historias antes de morir?

El tiempo pasó. Volví al lugar años después...

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*Imagen generada con IA

La Tierra. Canción



Lomas suaves, aterciopeladas,
color de oro al atardecer...

Cerca del mar, el rumor de las olas
 mece mi sueños...

El olor a salitre 
impregna mis sentidos
como el de la dama de noche
y la flor del Paraíso...

Cerca del mar, el rumor de las olas
aún mece mis sueños...

Los primeros pasos...
las primeras palabras...
los primeros números...
contando estrellas...
los primeros juegos...
Mis primeras travesuras...
mis primeros miedos...
mis primeras  dudas...
mi primer amor...

Cerca del mar, el rumor de las olas
aún mece mis sueños...

Y  la noche,
salpicada de estrellas,
desciende sobre mí...

Y como siempre que vuelvo,
encuentro la paz que perdí
y el dulce regazo de la tierra...

La, la, la, la...
El dulce regazo de la tierra...


Letra: Ulla Ramírez 

Música y Voz: IA

Enlace


El Valor




¿Qué valor tiene esta tierra? 
 
El valor de quién trabajó para conseguirla y murió sin poder volver a ella. Mi abuelo.

El valor y el coraje de una viejita campesina y sabia que luchó por consevarla para su nieto. Mi bisabuela.

El valor de quien construyó un hogar en ella y nos dió una infancia feliz. Mi abuela. 

El valor de quien resistió contra molinos de viento convertidos en gigantes. Mi padre.

El valor del eco de nuestras risas bajo el chorro de agua cristalina cuando llegamos a nuestro otoño.

El valor de nuestro valor para tomar el relevo.     

El valor en fin, de un siglo de historia familiar.