¿Qué valor tiene esta tierra?
El valor de quién trabajó para conseguirla y murió sin poder volver a ella. Mi abuelo.
El valor y el coraje de una viejita campesina y sabia que luchó por consevarla para su nieto. Mi bisabuela.
El valor de quien construyó un hogar en ella y nos dió una infancia feliz. Mi abuela.
El valor de quien resistió contra molinos de viento convertidos en gigantes. Mi padre.
El valor del eco de nuestras risas bajo el chorro de agua cristalina cuando llegamos a nuestro otoño.
El valor de nuestro valor para tomar el relevo.
El valor en fin, de un siglo de historia familiar.
3 comentarios:
El abuelo
A la sombra de un viejo roble dejé reposar mis huesos cansados. La suave brisa envolvía mi cuerpo y mi pesar me traslado a un sopor de oníricas ensoñaciones de bienestar. Me elevé sobre mis campos bien labrados, los cultivos verdes rebosantes de frutos; el trinar de los pájaros se escuchaba en los amaneceres donde la alondra remonta el vuelo al compás de los cantos del ruiseñor que templa las auroras y los hombres en sus delirios visionan las quimeras de la libertad.
En ese instante, desperté y sentí en lo más profundo de mi esencia que había tenido una siesta reparadora. Pero los sueños, sueños son, y la realidad me ahoga en un mar de incertidumbres.
Las ilusiones de mis antepasados son ausencias que se pierden en la bruma del olvido y se funden en un mar de nostalgias. Me aferré a mi bastón, el que me escucha mis desalientos y pocas alegrías, siempre a mi lado y eternamente cayado. Dispuse, entre dos luces, a mi pequeño asno Lucero, monté sobre él a mi fiel amigo el perro y nos marchamos por el sendero de vuelta al hogar. Cabizbajo, a mis setenta y muchos años, siento agotados mis huesos de tanto bregar. ¿Quién me sucederá en las labores de labranza? El campo es caprichoso, no se deja acariciar. En silencio, se aproxima el otoño. Para no hacer espavientos y así no despertar al verano obstinado en perpetuarse en las tierras secas, anhelando el agua que no llega, caen las primeras hojas marchitas de los álamos y el ciclo de vida se va cerrando. Mi compañera me pregunta y, cabizbajo, quedo a la espera de que responda la tristeza que embarga todo mi ser.
Pasado un tiempo, el perro le preguntó al bastón: << ¿Por qué estás tan callado? >> El bastón no respondió. Insistió y este le replicó: >> ¿Dónde está mi señor que me ha abandonado? ¿dónde se encuentra que no me ha cogido de su mano? Y, seguidamente, el perro respondió: >> hace tiempo que no me llama, no acaricia mi lomo, no paseamos por los prados mirando al sol de cara… El sombrero está colgado en la percha y su chaqueta en el respaldar de la silla; la lumbre no se prende, el hogar está vacío y los huesos fríos >>.
Reflexión
El amor, es un sentimiento tan intenso que sin lealtad no existiría ni en hombre ni animal.
Antonio Hurtado González
Muchas gracias por dejar este precioso relato en mi blog. Un magnifico retrato de la figura de este abuelo que puede ser simbolo de tantos otros que vivieron por estas tierras. El diálogo entre el bastón y el perro, genial. Me ha encantado.
También la reflexión final, tan llena de verdad.
Muchísimas gracias y sigue escriendo.
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