Nunca lo alcanzaría porque él era un astro y ella escribía desde el subsuelo. Pero esa distancia no le daba envidia, sino un deseo irrefrenable de escribir.
De modo que por cada cuento mínimo que él colgaba ella escribía una historia imperfecta con algún hilo invisible que los uniera.
Así fue durante mucho tiempo, sin que él advirtiera su secreto. O, al menos, eso pensaba ella. Hasta que un día él escribió:
“El cuento es el lugar donde tú y yo nos encontramos, luego cada uno tiene su novela”.
A ella, aquel micro, le llegó directo al corazón y quiso seguirle el juego con otro.
“Eché la sonda al fondo de mi pozo y allí encontré tus palabras”
Y así fueron encadenando una historia tras otra en una especie de abrazo de dos desconocidos cuya única realidad común era la ficción.
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