No es cierto que los elefantes teman a los ratones. Lo que pasa es que el paquidermo tiene mala vista y se sobresalta con todo aquello que le merodea a ras de suelo y no controla. Se desconcierta, se pone de los nervios y lo aplasta, sin saber lo que pisa. Aunque con toda su intención, cargado de todo su peso y poder. Lo mismo le da que sea ratón o ratita, o cualquier ser vivo pequeño. Y ese es el problema, que a tí, el Elefante, te ve pequeña, diminuta.
Pero tú eres grande, sí, grande; repítelo. Y lo ves, claro que lo ves. Es imposible tener un elefante en la habitación y no verlo, aunque te hagas la longui por aquello de la procrastinación, palabreja donde las haya, que yo traduzco por no hacer hoy lo que puedas hacer cuando tengas moral para hacerlo.
Y así va pasando el tiempo, hasta que un día el Elefante te hackea el ropero.
Y es entonces cuando ves la urgencia de buscar un método para sacarlo de la habitación. Porque entrar entró, aunque tú no sabes cómo.
Descartas matarlo a sangre fría y partirlo en trocitos o buscar un desokupador. No son prácticas acordes con tu forma de pensar.
Lo mejor es tirar todas las puertas y abrir inmensos agujeros por donde quepa el bicho. Luego habrá que ensanchar la calle y las avenidas de tu ciudad. Y ponerle una alfombra roja al animal y un puente de oro para que llegue bien lejos y que allí le rasquen el lomo y le adoren.
Amén.
3 comentarios:
Alocado y genial a partes iguales
:-))
El tono de la,escritura es ágil y divertido. El fondo es más profundo que el espacio del armario.
Gracias por la visita y el comentario. Sí, el espacio del armario es algo simbólico
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