Hoja de limonero doblada sobre sí misma a modo de vaso, donde el agua fresca cae y se derrama. La tierna mano del niño ofrece el recipiente verde y natural rebosante del liquido transparente y la niña acerca los labios al borde. La otra mano la empuja hacia abajo de broma, suavemente, como si fuera de seda, presionando la nuca sin daño. La niña choca con el vaso y el agua le salpica la cara. Y se vuelve con un gesto contrariado que solo dura un segundo, aquel que basta para que su risa estalle sorprendida por la cercanía y, en vez de reñir, de un beso.
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