Cada uno sabe su cuento y Dios el de todos.
Yo pienso, sin embargo, que si dios existiera no tendría tiempo de ocuparse de nuestros cuentos. Él, en todo caso, ya inventó el suyo, dejando el final en nuestras manos y en el devenir del Universo.
Cada uno sabe su cuento y Dios el de todos.
Yo pienso, sin embargo, que si dios existiera no tendría tiempo de ocuparse de nuestros cuentos. Él, en todo caso, ya inventó el suyo, dejando el final en nuestras manos y en el devenir del Universo.
Dos intensos toques de color azul cobalto sobre el lienzo blanco le bastaron a la artista.
El cuadro se exponía en la galería más famosa de la ciudad. Cuando se acercó a contemplarlo, se quedó hipnotizado. No podía mirar para otro lado. Tardó un buen rato en conseguirlo. Cuando se retiró se le acercó la autora con un elegante vestido del mismo color.
—Parece que te ha gustado — le dijo ella —. ¿Pero lo has entendido?
— Antes, no. Pero ahora, sí — le respondió él —. Y se fueron juntos.
Habia una cómoda en la habitación que ocupaba todo el testero frontal. Una cómoda antigua, alta, de tres espejos; como un tríptico. El central inamovible, los otros dos que se plegaban hacia adelante.
El juego, su juego, consistía en colocarse frente al espejo central, cerca de él, y doblar los laterales hacia ella de tal forma que su figura se viera multiplicada por dos una y otra vez.
De esta manera, ella, que estaba sola, sin mas niños por allí con quien jugar, se pasaba las horas haciendo muecas, poniendo caras, inventando burlas y cucamonas, subiéndose las trenzas o cantando y bailando delante de los espejos, como una auténtica payasa muerta de la risa, hasta que su abuela la llamaba.
De modo que creció pensando que podía tener muchas vidas sin dejar de ser ella en todas.
No contó con los personajillos que vivían colgados del techo, ni con los duendes agazapados debajo de la cama o escondidos en los rincones de aquella habitación, que pronto empezarían a manifestarse con alguna travesura. Ni mucho menos con los humanos que habitaban el mundo exterior, más allá de su entorno. Los antagonistas, esos seres diablunos que luego poblaron la vida.
————
* Diabluno: no la busquen en el diccionario de la RAE.
— La vida se me ha hecho bola.
— Siéntate a mirar el cielo y cuenta estrellas y nubes. Es lo que necesitas.
— ¿Y luego?
— Cuando te canses busca otra puerta y entra de nuevo.
— A la misma vida, ni loca.
— No, loca, detrás de cada puerta hay una vida distinta.
— No estoy yo muy segura de eso.
— Si no lo haces, nunca lo sabrás.
— Vale, me voy al descansillo. Allí te espero.
— No te olvides de cerrar. ¡Con las dos vueltas!.
El sentido de la vida es estar vivo. Los fantasmas no tienen el sentido del ridículo que hacen.
En enero murió de frío el guardia forestal y en febrero su mujer murió de tristeza. En marzo una pulmonía se llevó al otro mundo a Remigio, el leñador, que ya era viudo, y en abril encontramos al herrero ahogado en el río. En mayo murió la tendera, nadie supo de qué, y en junio, su marido, de un ataque al corazón. En julio murió, desangrada, Adelita la soltera y en agosto el médico se suicidó sin dejar nada escrito. En septiembre apareció la matrona con un tiro mortal en la cabeza y en octubre nos dejó el cura D. Benito, que Dios lo tenga en su gloria. En noviembre murió el último niño del pueblo y en diciembre la maestra. Ahora tengo miedo porque empieza un nuevo año y solo quedamos tú y yo.
* * Este cuento parte de los primeros párrafo de otro cuento para adultos, que está incluido en este blog y que se llama "Maldito duende".
Aprendió los números contando estrellas y se enamoró del cielo. Era en las noches de verano cuando aquellos astros encerraban el mayor misterio ¿Cómo podía ser que estando tan lejos, su sonido le llegara tan claro?
Hubiera inventado una escalera infinita de cristal o subido en alguno de aquellos monopatines de madera que usaban los niños de Benajarafe para rodar sin juicio cuesta abajo, haciéndose los valientes. Pero a pesar de su corta edad, intuía que aquel inmenso espacio había que recorrerlo de otro modo.
Probó la telepatía, de la que le habló su hermano mayor. "Sincronízate", le dijo él, aquella noche de la lluvia de estrellas, y ella se subió al poyete y se concentró en el cricri, repitiendo aquel sonido en voz alta mientras él se reía.
Al final de aquel verano, alguien le contó la verdad: aquella misteriosa onomatopeya no era el sonido de las estrellas, sino el canto de los grillos.
Lloró lágrimas tan espesas como la grasa que escurría su abuela en la cocina después de cada matanza. Hubiera querido tener entonces un borrador de verdades.
* Primer relato escrito para participar en el Club de lectura y Teatro de la Viñuela (Málaga).
Ni yo misma me entiendo cuándo te pienso. Por eso procuro no pensarte. Pero el agua ha caído hoy como en aquellos días en los que tu y yo veíamos caer la lluvia con la nariz pegada a los cristales. El vaho de nuestro aliento terminaba por empañarlos. Un presagio.
Un dolor agudo me atraviesa el recuerdo. Mejor que no llueva.